Cristina Banegas: “Existe el Mal, existen las malas personas”


Cristina Banegas es, indiscutiblemente, una de las actrices argentinas más prestigiosas. En 2025, sostiene tres proyectos escénicos y, desde hace casi 40 años, la sala teatral El Excéntrico de la 18ª, en la calle Lerma 420. Simultáneamente, es una de las protagonistas de un proyecto muy convocante, para la pantalla chica. Se trata de Yiya, miniserie de cinco capítulos de media hora, producida por Flow, Kuarzo e Idealismo Contenidos. Por Flow, se puede ver esta reconstrucción de la historia real de Yiya Murano (1930-2014), la mujer famosa por haber asesinado a, al menos, tres amigas y familiares, colocándoles veneno en las masitas para tomar el té, y quedarse con dinero prestado por ellas. Fue hallada culpable y condenada a prisión perpetua; obtuvo el beneficio del 2 x 1, salió y aumentó su fama; fue incluso invitada a los Almuerzos de Mirtha Legrand. Sobre Yiya, hay libros, documentales y versiones televisivas como la de Nacha Guevara dentro del ciclo Mujeres asesinas. Pero esta siniestra figura sigue siendo un enigma sobre la maldad y el sadismo, bajo una apariencia enigmática y elegante.

Por eso, Marcos Carnevale encontró material para una nueva creación y escribió un guión sostenido por muchos elementos reales. En él, se incorpora además el personaje de un periodista, una ficción que permite hacer dialogar a Yiya en sus últimos años. Esa Yiya anciana, pero firme, inquebrantable, es la que construye Banegas. Los episodios que ocurren antes y durante la cárcel están interpretados por Julieta Zylberberg, y el periodista es Pablo Rago. En el elenco están, también, entre otros: Mónica Antonópolus, Cecilia Dopazo, Diego Cremonesi y Carlos Portalupi, todos bajo dirección de Mariano Hueter.

—Cristina, ¿qué te interesó del proyecto y cómo es tu participación en él?

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

—Me interesaron el caso de Yiya Murano, el proyecto, el formato y el guión. La Yiya que yo compuse es la Yiya del geriátrico, que tiene unas cuantas entrevistas con el periodista que está escribiendo un libro sobre ella. Hasta el final de su vida, ella miente y dice que es inocente. Creo que es una verdadera psicópata. Me pareció un muy buen material para construir ficción.

—¿Por qué sería psicópata?

—Ella ha matado unas cuantas personas, ha hecho unas cuantas barbaridades en su vida y sostiene su inocencia hasta el final. Ha cometido crímenes con personas cercanas: una prima, una cuñada, su mejor amiga. No es que mató a gente que odiaba o por justicia, sino que mató con gran frialdad y por dinero. Tiene algo psicópata, porque el psicópata le hace sentir al otro lo que no puede sentir él.

—¿Qué indicaciones recibiste del director y cómo fue hacer un personaje que está siempre sentado y al que la cámara registra solo en el rostro, torso y manos?

—Mariano nos dejó trabajar con mucha libertad. Es un gran observador. No había ningún despliegue físico, sino entrevistas en un geriátrico, conversaciones como las que normalmente tiene la gente muy mayor sentada en lugares cómodos. [La ubicación de mi personaje] responde a una lógica bastante inexorable.

—Todas tus escenas son con Pablo Rago. ¿Cómo resultó la experiencia de trabajar con él?

—No habíamos trabajado nunca. Fue un buen encuentro en lo actoral y como compañero. Hubo buen clima de rodaje con el director y con todo el equipo. Los de cine y televisión son equipos de gente amable, solidaria, generosa.

—Tu personaje fuma todo el tiempo. ¿De qué manera surgió eso y cómo fue producido?

—Dije que iba a fumar en todas las escenas y lo cumplí. Me encantaba que Yiya tuviera esa compulsión por fumar. Pero me hicieron cigarrillos de laurel o algunos yuyos. Parecen industriales, pero no son de tabaco. [Personalmente] sí fumo, pero, con mucho cuidado, cigarrillos armados con tabaco orgánico y filtros biodegradables.

—Otro rasgo de tu personaje es su peculiar peinado. ¿A qué se debe?

—En la época del geriátrico. Yiya usaba el pelo teñido color amarillo zanahoria. Como en la cárcel había tenido un tumor cerebral, la operaron. Sobrevivió: “yerba mala nunca muere”, diría mi abuela. Luego de la operación, le quedó una especie de hueco, por eso usaba un peinado muy exótico, con el pelo hacia adelante y con la hebillita metálica, que le tapaba media frente, porque Yiya era muy coqueta. Para el personaje, me consiguieron una peluquita muy parecida en el color y en el peinado. Me encantó. Me encanta ser otra.

—¿Dónde ves el origen de la maldad de Yiya?

—Creo que hay personalidades psicopáticas, que son del Mal. Existe el Mal. Existen las malas personas, existen los asesinos, lamentablemente para los que no lo somos. El Mal seguramente estaba en su naturaleza, en lo que ella era como ser, como persona, como sujeto. Matar a personas tan cercanas habla de una impunidad, de una desconexión con sus emociones, sus sentimientos, su moral, su ética.

—¿Que haya muerto sola en el geriátrico te parece un final de justicia poética?

—Hay tanta gente que se muere sola en un geriátrico, pero no mató a nadie… Yiya estuvo muchos años en la cárcel y luego tuvo la opción de estar en un geriátrico. Una historia compleja.

—¿En qué consisten tus proyectos teatrales recientes?

—Estoy terminando Proyecto Quevedo en Arthaus, donde fluyen el lenguaje y la poesía, con la dirección de Jorge Thefs, un joven director a quien le llevo 50 años. En Proyecto Quevedo, también están la música de cello de Lucía Gómez y la mesa de cristal de mi madre [Nelly Prince], de 2,40 m, que es un espacio inquietante y atractivo para estar sobre, debajo y alrededor de él. Sigo haciendo giras de Molly Bloom, de James Joyce. Y el tercer trabajo que estoy realizando es La bala de plata, una instalación sobre la correspondencia entre Juan Domingo Perón y John William Cooke. Tiene la particularidad de que somos dos mujeres. Yo soy Perón y Karina Elsztein es Cook, con dirección de Graciela Camino. Es un trabajo muy interesante, que se resignifica en estos tiempos políticos.

—Tiempos políticos y económicos, has atravesado muchos, mientras se sostuvo la continuidad de tu espacio teatral, El Excéntrico de la 18ª. ¿Cómo ha sido este proceso de décadas?

—Siempre ha sido complicado, porque nuestro país ha atravesado muchas crisis graves, como la hiperinflación el 2001 y tantas, tantas, tantas. El Excéntrico el año que viene cumple 40 años. Fue pionero como modelo de espacio y es modelo dentro de los espacios independientes de Buenos Aires. En realidad, gracias al Instituto Nacional del Teatro, hay espacios teatrales en todo el país, en los lugares más sorprendentes. La cultura en nuestro país es impresionantemente rica y poderosa. Y Buenos Aires está entre las tres ciudades con más teatro en el mundo. Es un honor haber acompañado a El Excéntrico todos estos años. Mi hija Valentina [Fernández de Rosa] lo dirigió en el último tiempo, hasta su partida. Para 2026, vamos a hacer un libro digital con la historia de El Excéntrico, una historia del mundo teatral, de la cultura, de espacios comunitarios de la Ciudad. Y vamos a celebrar tanto aguante, actividad y resistencia.

—¿De dónde sacás fuerzas para tanto aguante, tanta actividad?

—De lo que percibo como injusto en la realidad, de lo que percibo como aquello contra lo que hay que luchar: contra el desmantelamiento del INT, del Garrahan, del Conicet, contra las palizas y represión permanente a los jubilados, contra el afano a los discapacitados. Todo lo que está ocurriendo en nuestro país es un estímulo, por lo menos para mí, suficiente para salir a la cancha a pelear con las armas del arte y la cultura.



Fuente: www.perfil.com

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